Hablar de dar a Dios siempre genera preguntas, y entre ellas la más frecuente es si el diezmo sigue siendo válido en el tiempo de la gracia. A lo largo de la historia bíblica, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, encontramos respuestas claras que nos ayudan a entender que diezmar y ofrendar no se trata de una simple obligación, sino de un principio espiritual que revela nuestra fe, nuestro agradecimiento y nuestra dependencia de Dios.
El diezmo antes de la ley
Muchas personas piensan que el diezmo pertenece únicamente a la ley de Moisés, pero la Escritura muestra que esta práctica existía antes de que la ley fuera dada. Abraham entregó los diezmos de lo que había ganado a Melquisedec como un reconocimiento de que la victoria y la provisión venían del Altísimo. Más adelante, Jacob prometió dar a Dios la décima parte de todo lo que recibiera, como un acto de fe y compromiso.
Esto nos enseña que el diezmo no nació en la ley, sino como un principio que trasciende el tiempo: reconocer que todo lo que tenemos proviene de Dios y que Él merece lo primero y lo mejor.
Ofrendas que revelan el corazón
Desde Caín y Abel vemos que no todo dar agrada a Dios. Abel ofreció lo mejor y las primicias de su rebaño, mostrando gratitud y fe, mientras que Caín presentó algo que no reflejaba la misma entrega. El problema no fue la ofrenda en sí, sino la actitud del corazón.
Este principio sigue vigente hoy: no se trata de cuánto damos, sino de cómo lo hacemos. Dios se agrada de una ofrenda nacida del amor y del agradecimiento, no de una obligación fría.

Principios que sostienen la obra de Dios
En tiempos bíblicos, el diezmo servía para el sostenimiento de los levitas y de la obra del templo. Hoy, también se aplica para el sostenimiento del ministerio, de la predicación del evangelio y de los espacios donde la iglesia se reúne. Jesús mismo afirmó que el obrero es digno de su salario y el apóstol Pablo explicó que quienes predican el evangelio deben vivir de él.
Así, cuando diezman los creyentes, no lo hacen porque Dios necesite dinero, sino porque la iglesia necesita recursos para avanzar en su misión. Y detrás de eso hay un principio más grande: dar es parte de amar. Quien ama a Dios y a su congregación, también se compromete con generosidad.
El Nuevo Testamento y la libertad de dar
Con la venida de Cristo, dejamos atrás la obligación rígida de la ley. El apóstol Pablo enseña que cada uno debe dar “como propuso en su corazón, no con tristeza ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre”.
Esto no significa que el diezmo dejó de tener sentido, sino que ahora la generosidad supera cualquier porcentaje fijo. Para algunos, dar solo el 10% puede ser un límite, cuando en realidad el llamado del evangelio es a dar conforme a lo que Dios haya prosperado a cada persona. La verdadera medida está en el corazón.
La gratitud como motor de la generosidad
David, en su tiempo, dio abundantemente para la construcción del templo porque entendía que “todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos”. Él reconocía que sus riquezas, su posición y sus victorias venían del Señor. Esa misma fe movió a los patriarcas y debe movernos hoy: el que nos guarda, nos prospera y nos da vida es Dios, y a Él le devolvemos en gratitud.
Dar, entonces, es mucho más que cumplir una norma. Es reconocer que el Señor es la fuente de todo, es mantenernos en comunión con Él, y es participar activamente en el avance de su obra en la tierra.








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