El Evangelio de Juan nos presenta un relato extraordinario: un hombre ciego de nacimiento recibe la vista por obra de Jesús (Juan 9). No se trata solo de un milagro físico, sino de una revelación profunda sobre quién es Cristo y lo que significa creer en Él.
El milagro inesperado
Jesús encuentra a un hombre ciego de nacimiento. Toma saliva, hace barro con la tierra y lo unge en sus ojos, enviándolo luego a lavarse en la piscina de Siloé (Jn 9:6–7). El hombre obedece, se lava… y por primera vez en su vida puede ver.
El detalle sorprendente es que todo esto sucede en sábado (Jn 9:14), un día cargado de significados y prohibiciones en la tradición judía.
¿Por qué saliva y barro?
En el mundo del siglo I, la saliva tenía usos médicos, por lo que el gesto de Jesús no resultaba extraño. Pero Juan nos invita a mirar más allá. El uso del barro recuerda a la creación del hombre en Génesis 2:7: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra…”.
Jesús sana lo dañado y además crea lo que nunca existió. En este hombre ciego de nacimiento, el barro se convierte en un eco de la creación misma. Isaías y Jeremías ya habían usado la imagen del alfarero y el barro para hablar de Dios y su pueblo (Is 29:16; Jer 18:6). Ahora, el Hijo de Dios vuelve a obrar como Creador.
El desafío del sábado
El acto de Jesús no fue inocente en el contexto religioso. Mezclar barro podía verse como un trabajo prohibido en sábado, y curar también generaba discusión en la halajá judía. Juan resalta esta tensión: Jesús muestra que la misericordia de Dios no está limitada por reglas humanas. El verdadero descanso que Dios da no es la inactividad, sino la vida que brota de su gracia.

La piscina de Siloé: el Enviado
Dejemos claro que “Siloé significa Enviado” (Jn 9:7). Este detalle no es casual. Jesús es el Enviado del Padre (Jn 3:17; 7:29). El hombre recobra la vista cuando obedece al Enviado y se lava en una fuente cuyo mismo nombre recuerda esa misión. Es un juego teológico profundo: la vista llega cuando hay obediencia al Hijo.
El contexto de la fiesta de Tabernáculos
El capítulo 9 se ubica en el marco de la fiesta de Sucot. En esa celebración se utilizaba agua de Siloé para llevarla al Templo, y se encendían lámparas enormes que iluminaban Jerusalén. En medio de ese trasfondo, Jesús se presenta como “la luz del mundo” (Jn 8:12). El milagro del ciego cobra aún más sentido: la luz de Cristo rompe toda oscuridad.
Una escalera de fe
El relato muestra un progreso espiritual en el corazón del hombre sanado:
- Primero habla de “un hombre llamado Jesús” (Jn 9:11).
- Luego lo reconoce como profeta (Jn 9:17).
- Más adelante dice: “Si este no viniera de Dios, nada podría hacer” (Jn 9:33).
- Finalmente, confiesa: “Creo, Señor” (Jn 9:38).
La verdadera visión no es solo física, sino espiritual: reconocer a Jesús como el Enviado y adorarlo.
No solo abrir ojos, sino abrir corazones
El milagro del ciego de nacimiento es una invitación para cada creyente. Jesús sigue siendo el Creador que transforma lo imposible en vida. Él sigue siendo la Luz que ilumina en medio de las tinieblas. Y su deseo no es únicamente sanar lo exterior, sino abrir los ojos del corazón para que podamos ver la gloria de Dios en Él.
Quien se acerca a Cristo con fe, descubre que su obra no tiene límites: abre caminos donde no los había, crea lo que nunca existió y nos da la vista verdadera, la de reconocerlo como Señor.
📌 Nota: Contenido adaptado de este post de Instagram








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