En más de una ocasión, la Biblia revela que el ser humano puede aparentar pureza o bendición con sus palabras, pero ocultar intenciones malas en lo profundo del corazón. Esta verdad nos llama a examinar nuestras motivaciones internas y a ser íntegros delante de Dios.
Un versículo clave: Salmos 62:4
Uno de los pasajes que menciona claramente esta idea se encuentra en el libro de los Salmos. El salmista describe a personas que, aunque por fuera parecen amistosas o piadosas, en realidad abrigan maldad en su interior.
“Solamente consultan para arrojarle de su grandeza. Aman la mentira; Con su boca bendicen, pero maldicen en su corazón.” (Salmos 62:4, RVR1960)
Este versículo muestra la hipocresía de quienes usan palabras suaves o religiosas, pero sus pensamientos están contaminados por la maldad, el rencor o la envidia. El peligro no está solo en la lengua, sino en la raíz de lo que se cultiva dentro del corazón.

Dios mira el corazón
La Biblia enseña de forma constante que Dios no se queda en las apariencias externas. Vos podés engañar a otros, pero jamás a Él. En Jeremías 17:10 se dice que Jehová “escudriña la mente y prueba el corazón”. Jesús mismo explicó que lo que contamina al hombre no es solo lo que hace, sino lo que sale de adentro: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mateo 15:19).
Por eso, más que cuidar la forma de hablar, necesitamos un corazón transformado por el Espíritu Santo. Solo Él puede limpiar lo que está escondido, sanar resentimientos y cambiar la maldición interna por bendición verdadera.
Un llamado a la integridad
Este tema nos desafía a ser cristianos genuinos. ¿Qué hay en tu interior? ¿Hay palabras de bendición afuera y pensamientos de maldición adentro? Recordá lo que dice Proverbios 4:23: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida.”
Que nuestras palabras y pensamientos estén alineados con la verdad de Dios. Que haya coherencia entre lo que decimos y lo que pensamos. Y que cada día podamos pedirle al Señor que purifique nuestro corazón para reflejar Su amor de forma auténtica.








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